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LA GUERRA DE LAS RUINAS. Arqueología y geopolítica

Par Jean-Pierre PAYOT*, le 22 février 2012.

La originalidad de la Guerra de las ruinas se explica por la manera de abordar la arqueología con el enfoque de la geopolítica entendida como el conjunto de las problemáticas de poder y de identidad en relación con unos territorios. Estos territorios tienen una dimensión real pero también simbólica a través del “suelo”, estrato casi afectivo al que se refieren los pueblos en general, y en cuya construcción participa la arqueología mediante sus hallazgos. Las ruinas pueden ser instrumentalizadas por motivos geopolíticos, o destruidas para rematar simbólicamente la conquista de un territorio.

El regreso de los muertos

LOS objetos exhumados de las excavaciones pueden ser de cualquier tamaño, cualquier forma y de cualquier naturaleza. Entre éstos, se encuentran huesos. Desde los cráneos de australopitecos hasta el esqueleto de Lucy, pasando por el hombre de Toumaï, los huesos no han dejado de fascinar, y han sido objetos de búsquedas constantes. Toda la cadena de la humanidad desde la prehistoria ha podido ser reconstituida gracias a su hallazgo. Los arqueólogos y –desde hace poco- los antropólogos médico legales, trabajan sobre estos osarios y, especialmente, sobre los de nuestra época. Los grandes trastornos geopolíticos del siglo XX y de principios del siglo XXI tuvieron como consecuencia conflictos de una violencia inaudita. Los osarios testimonian de ello. Durante la Segunda Guerra mundial, la Alemania nazi cometió matanzas contra las poblaciones judías de Europa oriental. Realizaron los nazis arrestos y reagrupaciones masivos de poblaciones y luego no dudaron en ejecutarlas de manera sistemática antes de enterrar los cuerpos en fosas comunes. Después de 1945, esta práctica prosiguió en otras partes del mundo : Camboya, Argentina, Ruanda, Yugoslavia, otros tantos países marcados por episodios históricos durante los cuales se multiplicaron los osarios. ¿En nombre de qué ? De una rivalidad entre diferentes grupos de actores para el control o la posesión de un territorio. Estos conflictos, por lo tanto, tienen como denominador común contextos geopolíticos particulares, en los cuales, en la mayoría de los casos, dos entidades se afrontan y cometen matanzas. Numerosas fosas comunes constituyen huellas de esas atrocidades. De un punto de vista legal, estos restos humanos son pruebas tangibles para determinar la respectiva parte de culpabilidad de cada uno de los bandos en el conflicto. De ahí el recurrir a la arqueología en el estudio minucioso de los osarios. El recurso a la arqueología en el examen de osarios forma parte de una dinámica geopolítica a posteriori. Estas excavaciones, en efecto, sí que tienen consecuencias políticas : afirmar la responsabilidad de uno de los actores, ¿no obliga, de alguna manera, a volver a posicionar, modificándolos o no, los términos de las problemáticas geopolíticas preexistentes ? ¿Qué ocurre cuando los arqueológos y los antropólogos médico-legales estudian el desarrollo de las matanzas reconocidas o no ? ¿Qué ocurre cuando la justicia internacional ha dado ya su veredicto y toma conocimiento de estos análisis ? ¿Bajo qué forma los conflictos geopolíticos, lejos de haber desaparecido, vuelven a aparecer ? ¿Y cuál habrá sido la parte de responsabilidad de los especialistas de las excavaciones en la actualización de estas problemáticas ?

El genocidio ruandés

A finales del siglo XX, parecía impensable que un genocidio pudiera volver a ser perpetrado. Y sin embargo un país muy pequeño, desgarrado entre dos grupos étnicos que se apoyan en vecinos potentes, introdujo de nuevo este término en la escena internacional. En 1994, tutsis y hutus cometieron horribles matanzas, orquestadas y organizadas por la potencia estatal.

En febrero de 2010, Nicolas Sarkozy inició un viaje de « reconciliación » a Ruanda. Francia, acusada por Kigali de haber apoyado de manera activa a los hutus, realizaba de esa manera una vuelta discreta a la región de los Grandes Lagos. En su discurso, el presidente francés, si bien evitó pedir perdón en nombre de Francia, reconoció « una forma de ceguera » [1] del país durante los acontecimientos de 1994. « No vimos la dimensión genocidiaria del gobierno del presidente que asesinaron » [2], declaró Nicolas Sarkozy, aludiendo de esta manera al presidente hutu, Juvenal Habyarimana, asesinado aquel mismo año a bordo de un avión, después de un tiro de misil- atentado que precipitó el genocidio. Al evocar también la operación militaro-humanitaria de junio de 1994 llamada « Turquesa » -considerada por Kigali como una forma de protección acordada por Francia a los responsables hutus del genocidio entonces en plena derrota-, el presidente francés, sin poner en tela de juicio el principio de esa intervención, lamentó que hubiera sucedido « demasiado tarde » [3].

Esta « reconciliación » entre Francia y Ruanda interviene dieciséis años después de las primeras matanzas. Pero el origen del conflicto es más lejano y esencialmente colonial. Después de la partida de los alemanes, que perdieron todas sus colonias en 1919, los belgas se apoderaron de Ruanda y de Burundi. La colonización siguió y se intensificó. Los que participan en ella difunden a través de sus libros una historia de Ruanda basada en una partición étnica estricta entre hutus y tutsis, que queda institucionalizada en 1934 después de un censo organizado en el país por la potencia colonial. Para realizar este censo, se utiliza un criterio de pertenencia étnica totalmente arbitrario : es tutsi cualquier persona que posee al menos diez cabezas de ganado bovino. A la inversa, todos los demás que no respondan a ese criterio se verán asimilados al grupo hutu. Distribuyeron un documento de identidad que recuerda esta diferencia étnica a cada ruandés y a la etnia minoritaria tutsi, considerada la que reúne a los ganaderos por oposición a los agricultores hutus, se le atribuyen cualidades supuestamente superiores. Muy temprano convertida al catolicismo por los colonos, se convierte dicha etnia tutsi en la elite en la cual se apoya el poder colonial. A partir de ese momento, la división étnica se transforma en división racial. Los primeros choques intercomunitarios tuvieron lugar unos años antes de la independencia adquirida en 1962. En efecto, a partir de 1960, después de unas matanzas, 200.000 tutsis se pasan al país vecino, Uganda. Si los tutsis conservaron el poder en Burundi, desde entonces, los hutus mayoritarios llevan las riendas del poder en Ruanda. A partir de aquella época, los tutsis exiliados no dejarán de querer reconquistar el país. En 1963, intentan una primera incursión que se concluye con un fracaso y que entraña matanzas y nuevas salidas tutsis. En 1973, el golpe de Estado de Juvénal Habyarimana, que instaura una dictadura personal basada en un partido único, consolida aún más la dominación hutu en Ruanda. Esto no impide que los tutsis vuelvan a emprender la ofensiva en 1990 : el jefe de Uganda, Yoweri Museveni, les otorga una ayuda decisiva en su operación de reconquista de Ruanda, especialmente favoreciendo la creación del Frente patriótico ruandés (FPR). Dos motivos explican este respaldo : no sólo pagarles con la misma moneda a los que lo apoyaron cuando Museveni tomó el poder en Kampala en 1986, sino también el deseo de alejar a unos huéspedes armados que representan un posible peligro. El uno de octubre de 1990, el FPR penetra en Ruanda. Muy rápido, las Fuerzas armadas ruandesas (FAR) hutus se ven desbordadas, y Kigali pide ayuda a Francia, la cual le brinda un apoyo militar. Paralelamente, la propaganda realizada por la radiotelevisión libre de las Mil Colinas (RTML) emite continuamente un llamamiento a asesinar a los tutsis. Si estos últimos se consideran como traidores por su apoyo al FPR, los hutus moderados también vienen a ser el blanco blancos de los genocidiarios. El día 6 de abril de 1994, dos misiles derriban el avión que transportaba al jefe del Estado. A partir de entonces, el Hutu Power, fracción dura de los partidos hutus, deja rienda suelta a su violencia. Aquel mismo día, partidarios peinan las calles de la capital. Con listas, elaboradas a partir de los documentos de identidad en los cuales aparecen los nombres de los tutsis, penetran en las casas y cometen matanzas. Las personas perseguidas se refugian en las iglesias en busca de un abrigo seguro, sin embargo allí será donde las ejecutarán. Pronto detendrán con barricadas de vehículos a quienes consiguen escapar y las abatirán. En tres meses, las milicias Interhamwes –milicias hutus cercanas al poder- por las FAR, exterminan a entre 800.000 (según la ONU y la Organización de la unidad africana) y un millón de personas (según el gobierno ruandés tras un censo). En cuatro semanas, el 80% de la población tutsi había desaparecido de esta manera.

Durante aquel periodo, a pesar del compromiso de Roméo Dallaire, comandante de la MINUAR (misión de las Naciones Unidas para la asistencia en Ruanda) desde 1993, que intenta dar un toque de alarma, la comunidad internacional permanece sorda a sus llamamientos. Más grave aún, las tropas de la fuerza de la ONU se ven reducidas quince días después de las matanzas, cuya magnitud obliga sin embargo a que la ONU dé un giro radical. A mediados de mayo, se constituye una nueva misión, la MINUAR II, pero serios problemas de intendencia le impiden ser eficaz rápidamente. Entonces las Naciones Unidas le otorgan a Francia un mandato para intervenir y la operación Turquesa se inicia el 22 de junio de 1994 para terminar en el mes de agosto. Esta operación sigue siendo muy controvertida hoy en día : son numerosos los que acusan que Francia haya querido proteger a sus antiguos aliados hutus, con el riesgo de que esto facilite su huida hacia Zaire. De todas formas, el 4 de julio de 1994, el FPR se apoderó de Kigali. Algunos días después, un gobierno dirigido por Paul Kagame, líder del movimiento tutsi, se instaló en el poder.

Ruanda es el primer país en el mundo que presenta la particularidad de albergar a dos comunidades –una víctima y otra verdugo-, que, después de tales acontecimientos, se ven obligadas a compartir el mismo territorio. Numerosos juicios se desarrollaron durante la segunda parte de los noventas y luego en los años 2000. Durante este periodo, la cuestión fundamental fue determinar la responsabilidad de unos y otros en la organización de las matanzas. Muchos testimonios muestran la dificultad para las víctimas poder expresarse, incluso en el marco de esta « convivencia forzada ». Hoy, y sin que esto ya conmueva a la comunidad internacional, las violencias dirigidas contra los tutsis siguen vigentes en Ruanda, sobre todo en el campo. Son esporádicas pero atestiguan de la inmensa dificultad para solucionar « el postgenocidio ». Los arqueólogos, ayudados por antropólogos médico legales, son llamados para desempeñar un papel activo, excavando « las basuras de la historia inmediata » [4] para determinar las condiciones en las cuales se desarrollaron estos crímenes. El interés científico y jurídico por los osarios se remonta al juicio de Nuremberg de 1946, que permitió evidenciar los conceptos de « crimen de guerra », de « crimen contra la humanidad » y de « genocidio ». « Los individuos pueden ser considerados responsables de su planificación y de su ejecución » [5]. Fue en 1983 cuando el presidente argentino Raúl Alfonsín pidió que la American Association for the Advancement of Science procediera a peritajes médico legales en las entre 20.000 y 30.000 personas « desaparecidas » durante la época de la dictadura militar. La investigación concierne a atentados a los derechos humanos perpetrados por los generales. Se repetirá la iniciativa después de la primera guerra del Golfo. En 1991-1992, misiones exhuman e identifican los cuerpos de kurdos, víctimas de bombardeos químicos decididos por Saddam Hussein. En 1994, la instalación de un Tribunal penal internacional para juzgar crímenes perpetrados en Ruanda sigue el mismo enfoque. Con este motivo, se llevan a cabo investigaciones en el lugar de los osarios, entre los cuales el de Kibuye, uno de los más importantes. En abril de 1994, unas 2.000 personas se refugian cerca de la iglesia de esta pequeña aldea situada al oeste de Ruanda, muy cerca del lago Kivu. El 17 de abril de 1994, las milicias acompañadas de gendarmes y de miembros de la policía local intervienen en la localidad y, con granadas, armas de fuego, porras y otros tantos machetes matan a hombres, mujeres y niños. Unos Cuerpos son enterrados, otros sin enterrar. En septiembre de 1995, la ONG Physicians for Human Rights, así como una unidad especial de la ONU, reciben un mandato por el Tribunal penal internacional para « confirmar la presencia de restos humanos y determinar las necesidades, logísticas y otras, previas a un peritaje médico legal. Una zanja de prueba confirma la presencia de cuerpos en un osario de gran tamaño detrás de la iglesia. A partir de aquel momento, los restos que permanecen en la superficie, que podrían desaparecer rápidamente, son recolectados y colocados en una sepultura temporal » [6]. Las excavaciones del osario continúan entre diciembre de 1995 y febrero de 1996. Se establece un mapa topográfico del lugar, y se sacan fotos de numerosos elementos que pueden servir como prueba en la iglesia, así como en la escuela, los talleres y el hotel que también sirvieron de refugio a las víctimas. Luego se circunscribe el sitio. Unas excavadoras llegan al estrato de los cuerpos enterrados mientras se examinan los cuerpos de la superficie. « Se realizaron los análisis con rayos X en casos seleccionados, se registraron los otros con la ropa y los objetos encontrados con los restos. Se elaboraron inventarios del esqueleto de cada individuo, con determinación en la medida de lo posible del sexo y de la pertenencia étnica, seguida por la estimación de la edad, de la estatura, y de las circunstancias traumáticas que provocaron la defunción. En total, se manipularon y examinaron 493 individuos […] el 25% eran niños de menos de diez años, muchos de ellos bebés envueltos en prendas y llevados a cuestas por su madre. El 43% eran mujeres, el 30% hombres. El 60% murió a causa de impactos de golpes contundentes, el 14% por armas de filo o por una combinación de traumatismos que resultan de objetos contundentes y de filo. […] En total, se identificaron 17 personas entre las 493 víctimas. Se pudieron encontrar a sólo dos familias después del examen de muestras de ADN, ya que los parientes de las víctimas huyeron de la región o habían sido matados. Se presentaron las pruebas de esta investigación en el juicio de Clément Kayishema y de Obed Ruzindana, referencia ICTR-95-1-T. En 1999, los dos acusados, reconocidos culpables de genocidio, resultaron condenados respectivamente a cadena perpetua y a veinticinco años de encarcelamiento » [7].

El ejemplo de Kibuye ilustra perfectamente la dificultad de este tipo de excavación que compagina de manera obligatoria con una dimensión ética : aportar la prueba de inocencia o de culpabilidad de los inculpados. De ahí que esto diste mucho de la arqueología tradicional que no se preocupa de obligaciones morales y jurídicas. Sin embargo, en ambos casos, la arqueología conserva una relación con el territorio. Los osarios revelan motivaciones geopolíticas anteriores. En el marco de un peritaje médico legal, determinar quién es la víctima o el criminal equivale por lo tanto a poner de manifiesto las luchas que se libraron por el control y la dominación del territorio. Pero ¿no contribuye el análisis de los osarios, por el mero hecho de su utilización con fines jurídicos, a volver a definir de manera retrospectiva, problemáticas geopolíticas nuevas, derivadas directamente del conflicto ? El hecho de que el Tribunal internacional reconozca la responsabilidad oficial de los hutus, ¿no tiene como consecuencia, en definitiva, el conferir a los tutsis una nueva y especial legitimidad en cuanto a su inscripción dentro del territorio ? A pesar de ello, ¿será capaz esta legitimidad de trastornar las dinámicas geopolíticas que existían antes del genocidio ? Y si el trabajo de los arqueólogos, reutilizado por la justicia, contribuye, en parte, a volver a barajar los naipes del juego ruandés, a pesar de todo, ¿no resultan modificadas las reglas ?

La guerra de Yugoslavia

El derrumbe del bloque soviético tuvo como consecuencia inmediata el deshielo de los nacionalismos que se consideraban desaparecidos. A partir de 1991, aparecieron las tensiones étnicas en la antigua Yugoslavia. Slovenia, Croacia, y luego Bosnia, reclamaron su independencia. Enseguida, estalló la guerra y la violencia cobró una magnitud considerable por la mezcla de las poblaciones. En nombre de « la limpieza étnica », se fueron multiplicando los osarios bajo la mirada horrorizada de Europa y del mundo.

El 26 de febrero de 2010, se abrió ante el Tribunal penal internacional para la ex Yugoslavia el juicio de Zdravko Tolimir. Este ex general serbobosnio, comandante adjunto responsable del servicio secreto y de la seguridad en el ejército serbio, fue reconocido culpable por su papel en la matanza de Srebenica. A Zdravko Tolimir, considerado como la sombra de Ratko Mladic, el antiguo jefe militar de los serbios de Bosnia, resultó demandado, según las palabras del Nelson Thayer, por haber « supervisado y autorizado la detención organizada, la ejecución y la inhumación de millares de hombres y niños musulmanes » [8]. El hombre, de 61 años, habría desempeñado un papel activo « en la matanza de casi 8.000 hombres y niños musulmanes, bosnios, unas matanzas perpetradas por las fuerzas de los serbios de Bosnia después de la caída de enclaves de Srebrenica y Zepa el 11 de julio de 1995 » [9]. Hubo varios cargos de acusación en su contra : « exterminación, asesinato, persecución, desplazamiento forzado, expulsión, todos constitutivos de crímenes de guerra y de crímenes contra la humanidad, así como de genocidio » [10]. Hoy día, ya comparecieron numerosos acusados ante el Tribunal penal internacional para la ex Yugoslavia instituido a partir de 1993. Entre ellos figuran el croata Ante Gotovina, el bosnio Naser Oric, los serbios Stojan Zupljanin y el general Djodjevic, pero también personalidades políticas de mayor envergadura como Radovan Karadzic, antiguo presidente de la Republika Srpska de Bosnia, y Slobodan Milosevic, presidente de Serbia de 1989 a 2000. Con todo, numerosos criminales siguen zafándose de la justicia internacional. Es el caso de Ratko Mladic, principal responsable de matanzas perpetradas en Bosnia, y de Goran Hadzic, antiguo presidente de la república autoproclamada de los secesionistas serbios de Croacia.

El juicio de Zdravko Tolomir despierta los recuerdos de una guerra que parece hoy lejana pero que sí sucedió en el corazón de Europa. En 1990, en vísperas de la guerra, la situación en Yugoslavia es explosiva. Seis repúblicas socialistas y dos provincias autónomas componen la república federal socialista de Yugoslavia, pero « ninguna de éstas es homogénea a nivel étnico » [11]-no lo son más hoy después de varios años de guerra. El desequilibrio económico entre el Norte y el Sur del país también es manifiesto. Asimismo, la herencia histórica pesa en las representaciones. El recuerdo de las exacciones cometidas, en particular por los croatas durante la segunda guerra mundial,sigue muy vigente en las memorias serbias. Por fin, el poder central, después de la muerte de Tito en 1980, está en plena descomposición, frente a un nacionalismo triunfante : los sueños de « Gran Serbia » y de « Gran Croacia » aparecen cada vez más asequibles. A partir de 1989, el comunismo cedió el sitio a partidos nacionalistas muy virulentos. Estos últimos vuelven a cobrar audiencia en la población y obtienen la mayoría en las primeras elecciones libres de abril a diciembre de 1990. Su programa era el acceso a la independencia la cual se produjo en junio de 1991 cuando las asambleas eslovena y croata declararon la independencia de sus repúblicas, suscitando el temor de las minorías, especialmente serbias, al verse integradas en Estados a los cuales no desean pertenecer. La guerra estalla primero en Eslovenia. En nombre de la protección de las fronteras, los dirigentes políticos yugoslavos deciden movilizar al ejército federal. Compuesto en mayoría de serbios, sobre todo entre los oficiales, se enfrenta durante diecinueve días a la defensa territorial eslovena. La determinación de Eslovenia, pero sobre todo su carácter étnico relativamente homogéneo (el 88% de eslovenos según un censo de 1991) que limita las ambiciones de las repúblicas vecinas, precipita el final del conflicto y esta victoria « confirma la quiebra del gobierno federal » [12]. La guerra se extiende luego a otros territorios. En Croacia, las escaramuzas entre la policía croata y los nacionalistas serbios, que empezaron a partir de agosto de 1990, se intensifican con la declaración de independencia de 1991. Como Croacia no había considerado oportuno crear un « estatuto particular » [13]para las minorías, esta proclamación suscita inmediatamente movimientos de revuelta dentro de la numerosa población serbia del país. Los nacionalistas serbios de Croacia, apoyados por el ejército federal, logran crear la pequeña república de Krajina –región de Croacia y de Bosnia-Herzegovina con un poblamiento serbio importante-, mientras Vukovar y las grandes ciudades croatas de la costa dalmata sufren bombardeos continuos. El embargo sobre las armas decretado por la comunidad internacional, así como el envío de la Fuerza de protección de las Naciones Unidas (FORPRONU) en enero de 1992, impiden que Croacia reconquiste el territorio. A partir de febrero de 1992, la guerra se extiende a Bosnia : poblado a la vez de serbios, de croatas y de bosnios –término utilizado para designar a los “eslavos musulmanes”-, el país conoce una verdadera guerra civil. Codiciada por las repúblicas vecinas que desean su división, Bosnia se convierte en el punto nodal de los enfrentamientos. Se implementa allí una política llamada de “limpieza étnica” que se acompaña de terror y de desplazamientos de poblaciones con el fin de obtener un nuevo trazo de las fronteras según la pertenencia étnica. En el terreno, los serbios de Bosnia, al beneficiarse del apoyo logístico de Serbia, consiguen apoderarse de las tres cuartas partes del territorio bosnio que denominan república serbia de Bosnia. Por su parte, los croatas amplían su dominación en la Herzegovina occidental. Bajo control bosnio no queda más que la Bosnia central –es decir Sarajevo, que los serbios asedian, y la región de Bihac. A partir de 1994, las exacciones cometidas por los serbios y la constatación de la ineficencia del mandato de interposición de los “cascos azules”, incitan a la comunidad internacional a entrar en el conflicto. La OTAN interviene a partir de entonces al lado dela ONU. El levantamiento del embargo sobre las armas beneficia a croatas y bosnios. Tras varias ofensivas, la región de Krajina vuelve a pasar bajo soberanía croata, mientras en Bosnia, el ejército bosnocroata reconquista un tercio del territorio. Las partes beligerantes entablan entonces unas negociaciones que desembocan en los acuerdos de Dayton en octubre de 1995. Éstos prevén la partición de Bosnia Herzegovina entre una federación croatobosnia y una república serbia de Bosnia, cuya aplicación se la debe garantizar el despliegue de una fuerza de paz multinacional. Pero, a pesar de ello, la paz no resulta definitiva ya que una nueva guerra se inicia en la vertiente sur de la ex Yugoslavia. A partir de 1996, el gobierno serbio de Slobodan Milosevic empieza una campaña de limpieza étnica en Kosovo. Esta provincia autonóma, poblada mayoritariamente de albanófonos, aspira desde principios de los años 1990 a la independencia. Deseosa de conservar este territorio muy simbólico [14], Serbia despliega sus fuerzas armadas y su policía en la región. El enfrentamiento con el UCK –el Ejército de liberación de Kosovo- incita a la comunidad internacional a reaccionar otra vez. En 1999, la OTAN procede a bombardeos aéreos sobre Serbia, que acepta, en el mes de junio, la presencia de la KFOR, una fuerza multinacional con mandato de las Naciones Unidas en Kosovo.

Uno de los elementos destacados de la guerra de Yugoslavia fueron las violencias cometidas por los beligerantes contra las poblaciones civiles. La matanza de Srebrenica figura entre los episodios más macabros. Esta pequeña ciudad situada en la extremidad Este de Bosnia, cerca de Serbia, estaba poblada en 1991 por un 63% de musulmanes o bosnios y de cerca de un 30% de serbios en 1991. Esta zona , bajo protección de los cascos azules neerlandeses de la Fuerza de protección de las Naciones Unidas (FORPRONU) sufre, el 7 de julio de 1995, un ataque masivo de serbios dirigidos por el general Ratko Mladic. En aquel momento, las fuerzas de la ONU, incapaces de reaccionar, fueron tomadas como rehenes. La población civil entonces se separó en dos grupos. Mientras las mujeres y los niños comenzaban un éxodo hacia Potocari para encontrar refugio allí, los hombres acompañados de ancianos y adolescentes, se dirigían hacia Tuzla atravesando el bosque. Los asaltaron los serbios. Hubo numerosas víctimas. Los que se rindieron, luego fueron reagrupados y ejecutados. ¿A cuánto alcanza el número de muertos ? Algunas fuentes evalúan el número de víctimas a 30.000 [15], otros, como la Comisión federal de las personas desaparecidas, lo rebajan a 8.000. La Cruz Roja ha establecido algo más de 7.000 desaparecidos. Estas matanzas fueron objetos de investigaciones minuciosas.

En 1996, a petición del tribunal internacional de La Haya, se emprende la apertura de los osarios en los alrededores de Srebenica. Hasta hoy, 5.600 cuerpos han sido identificados en los 80 osarios que se descubrieron. Una parte de los cadáveres llevaban vendas en los ojos. Huellas en las muñecas indicaban que habían sido atados antes de la ejecución. Sin embargo, no se puede descartar la hipótesis según la cual algunos cuerpos serían los de hombres que murieron en otros combates y que fueron tirados a las fosas comunes. Algunos osarios también pudieron ser objetos de destrucción o de desplazamientos.

A la luz de las excavaciones, parece que los asesinos trataron de disimular la identidad de las víctimas –identidad que los médicos forenses actualmente intentan determinar comparando el ADN tomado de muestras de fémur o de dientes con aquel provienente de las gotas de sangre de 80.000 donantes bosnios. El objetivo es encontrar, entre las víctimas, las que tienen parentesco con las familias donantes.

Como lo hemos visto, los principales responsables de las matanzas de Srebenica, después de haber sido buscados, comparecen desde 1993 ante el Tribunal penal internacional para la ex Yugoslavia. Todos son condenados por crimen de guerra y por crimen contra la humanidad, sólo Ratko Mladic sigue en paradero desconocido. Asimismo, el 13 de marzo de 2010, nueve serbios fueron detenidos por violencias cometidas en 1999 en Kosovo. Esta “reanudación” del juicio contra criminales de guerra de la ex Yugoslavia y de Kosovo, más allá de la voluntad de hacer que triunfe el derecho y la justicia a nivel internacional, busca dar por terminado el episodio sangriento que tuvo lugar en Europa durante los años 1990. Estos juicios muestran que sigue pendiente el asunto yugoslavo : ahora que han emprendido un proceso de integración en la Unión europea, los países de la ex Yugoslavia parecen dispuestos cada vez más a pasar página al ultranacionalismo y volcarse hacia una mayor cooperación en el ámbito de la justicia internacional –una cooperación que, a las claras, aparece como una etapa previa e imprescindible para cualquier progresión en las negociaciones con vistas a adhesiones venideras a la Unión europea.

Los juicios de La Haya y los trámites que conllevan, como la exhumación de los osarios, se inscriben en una nueva dinámica geopolítica regional : la voluntad de integrar la Unión europea. La arqueología –que aparece aquí bajo la forma de análisis médico-legales- participa de esta lógica. Los nuevos candidatos dan pruebas de buena voluntad, decididos a hacer borrón y cuenta nueva del pasado para poder entrar en el conjunto comunitario.

La arqueología, si bien suele verse instrumentalizada en el marco de tensiones geopolíticas, puede servir el derecho internacional. En este caso interviene a posteriori como auxiliar de la justicia. Ahora bien, en esta crisis, preexistían antecedentes geopolíticos. Queda por determinar el verdadero peso del análisis de los osarios en la recomposición de la configuración del país después del conflicto.

Copyright 01/2011. Jean-Pierre PAYOT. Julien LUIS para la traducción. Reservados todos los derechos para la edición en francés por Choiseul Editions


Contracubierta

Esclarecedor y original, La guerra de las ruinas explora una dimensión de la arqueología ignorada durante mucho tiempo : su dimensión geopolítica. Esta se remonta a la noche de los tiempos con el último rey del Imperio neobabilónico, Nabonides, primer soberano en preocuparse por los restos religiosos. Augusto (siglo I) hizo de la arqueología una ciencia « útil » para la política : lugares de memoria, así como la construcción de una identidad y su corolario, la falsificación.

Con la afirmaciones de las naciones y luego de los nacionalismos, las ruinas cobraron un innegable valor político. La Alemania nazi quiso encontrar en ellas las pruebas de su superioridad y las justificaciones para ampliar la extensión su territorio.

Con la globalización, esta arqueopolítica no ha decaído, más bien al contrario. Tocando a lo divino, a los símbolos y a la cultura, la arqueología se ha convertido en una herramienta de influencia y de seducción en la competición internacional.

Editores, ¿les interesaría realizar una traducción y una edición en lengua española del manuscrito en su conjunto ? Gracias por contactar con jp.payot free.fr

*

Aficionado a la arqueología, Jean-Pierre Payot es profesor catedrático de historia y geografía y formador en el CEPEC Internacional

[1. HOFNUNG, T. « Au Rwanda, Sarkozy s’incline sans s’excuser » (« En Ruanda, Sarkozy se inclina sin pedir disculpas »), Libération, 26/02/2010.

[2Ibid.

[3Ibid.

[4HAGLUND, W.D., « Permettre aux morts de témoigner » (« Permitir que los muertos testimonien »), Les grands dossiers des sciences humaines, juin-juillet-août 2007.

[5Ibid.

[6Ibid.

[7Ibid.

[8AFP, « Ouverture du procès de Tolimir pour le massacre de Srebrenica » (Apertura del juicio de Tolimir por la matanza de Srebrenica), 26/02/2010.

[9Ibid.

[10Ibid.

[11GONON, E., LASSERE, F., Manuel de géopolitique. Enjeux de pouvoir sur des territoires, Paris, Armand Colin, 2008.

[12Ibid.

[13Ibid.

[14Se identifica Kosovo como la cuna de la nación serbia en la tradición nacionalista.

[15Ministerio alemán de Defensa, 1999.


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Citation / Quotation

Auteur / Author : Jean-Pierre PAYOT

Date de publication / Date of publication : 22 février 2012

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La originalidad de la Guerra de las ruinas se explica por la manera de abordar la arqueología con el enfoque de la geopolítica entendida como el conjunto de las problemáticas de poder y de identidad en relación con unos territorios. Estos territorios tienen una dimensión real pero también simbólica a través del “suelo”, estrato casi afectivo al que se refieren los pueblos en general, y en cuya construcción participa la arqueología mediante sus hallazgos. Las ruinas pueden ser instrumentalizadas por motivos geopolíticos, o destruidas para rematar simbólicamente la conquista de un territorio.

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